El pasado 31 de agosto se inauguró la Exposición: Identidades en el Espejo, en la Galería Nacional (Museo de los Niños). Esta era una exposición colectiva en donde se mostraban los trabajos realizados por los estudiantes del curso de Diseño Pictórico IV, de la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica.
Los exponentes fueron Mariano Arias, Raquel Bello, Francisco Berrocal, Sofía Meneses, Priscilla Ramirez, Tamara Rojas y Karina Siliezar. Las propuestas que crearon cada uno de ellos resultaron bastante interesantes, y lograban hablar por sí solas.
Últimamente, dentro de ciertos elementos que preocupan en el arte contemporáneo, está el discurso detrás de la obra. Resulta problemático encontrarse con proyectos donde el discurso o concepto llegó a resultar mucho más grande que la obra misma, invalidándola y quitándole el carácter de objeto de diálogo. Este no es el caso.
El título es acertado, ya que se juega con los conceptos de identidad, mostrando preocupaciones o rasgos personales de cada artista y, aún creando un producto tan personal, lograron que el público pudiese identificarse de distintas maneras, a cada uno de ellos.
Me parece importante mencionar a cada uno de los artistas, empezando por Mariano Arias quien fue el único que mostró obras pictóricas dentro de la exposición. Los demás trabajos se fueron por otros lenguajes más contemporáneos, como la fotografía, el fotomontaje y la instalación entre otros. Pareciera que el artista decidió inclinarse a lo cotidiano, como parte de la identidad, elementos que pueden pasar desapercibidos o que no consideraríamos para hablar de lo que somos, pero que son de las cosas que más hacemos, como por ejemplo, la canasta básica.
Raquel Bello nos mostró trabajos que refieren a comprensiones del espacio. Con una mirada personal, en uno de ellos, creó un rostro conformado de puntos geográficos y líneas características de los mapas, hablando de lugares que de alguna manera implicaron algo para su vida.
A pesar de la lectura que ella le dio, la obra se prestaba para hacer muchas más. Todo esto nos da una referencia a la apropiación, a cómo un lugar puede resignificarse de tantas maneras y ser de cada uno de nosotros sin que implique lo mismo.
Francisco Berrocal (Chisco), mostró una propuesta que nos hablaba del juego de poderes. Cómo se define la autoridad, a partir de qué alguien está más arriba que uno, qué se ocupa para tener el poder. Para hablarnos de esto nos muestra la siguiente imagen: un policía contra una figura con traje ejecutivo, creándonos una interrogante “¿Quién tiene el poder?”.
Su otro trabajo es más determinante, sin poder objetar, sin que uno posea explicaciones, nada más se hace lo que la autoridad dice.
Sofía Meneses hizo uno de los trabajos más sólidos de la exposición, relacionando las problemáticas de la identidad con el concepto de la marca, o mejor dicho de lo marcado. Al marcar se identifica y se separa de lo demás, se categoriza y se estructura. Esta idea se relacionó con las marcas que se le hacen a la ganadería, haciendo una analogía entre el proceso ganadero y la identidad del ser humano.
Priscilla Ramirez jugó con la fotografía y el sentido de la acumulación. Los objetos acumulados, ya fuese de manera ordenada o caótica, eran los protagonistas, dándonos también un sentido de cómo aportar valores de la personalidad al espacio en que uno se desenvuelve, como el cuarto o la casa.
El montaje de las fotografías que mostraban los objetos acumulados también ayudó, al ser bastante numerosas, al concepto de la obra.
La artista Tamara Rojas jugó con el concepto del “yo“, mostrándonos como el peor juez es uno mismo, y cómo uno puede crear una dicotomía de la personalidad. Así, estará el que hace, y el que piensa, y el primero es limitado por el último. El uso de texto ayudó al concepto.
Creó un fotomontaje donde una persona tiene impreso en el pecho un texto que dice “debo ser ordenada”. Un sentido de contención y límites y castigos que sólo uno se impone. Esta idea se enlaza bastante bien a la segunda obra, que muestra una tipografía mecanizada y otra realizada a mano, haciendo un juego entre las represiones que uno mismo se causa, y las luchas en las que uno mismo debe de derrotarse para ser libre.
Finalmente hablamos de Karina Siliezar, haciendo una propuesta un tanto más arriesgada que las demás, al utilizar sangre humana. Ya a partir del montaje se empiezan a crear una serie de diálogos que se meten tanto en lo ético como moral. La sangre fue vertida en vasitos, “shots”, y la artista creó una especie de barra, como la de los bares, con la bandera de Costa Rica detrás.
Lo común, la fiesta, es algo que quiere exponer, que ha conformado la identidad del “tico“, no necesariamente con valores positivos. Esto lo muestra en conjunto con lo vital, con un elemento que nos hace lo que somos y que ocupamos para SER.
En fin, vale la pena ir a la exposición. Esta estará hasta el 30 de Setiembre.
-Mauricio Oviedo-
Nota: Todas las fotografías fueron tomadas por Lisa Sánchez Aguilar.